Unas mallas bien ajustadas
Autora: Mentalises
Aquel día, como de costumbre, antes de salir de casa estuve probándome ropa para ir bien arreglada a la oficina, ya que siempre he intentado ir, en la medida de lo posible, elegante y bien vestida. Como todos los días, la noche anterior ya me había dejado preparada la ropa del día siguiente: una camisa, unas mallas marrones y una pequeña faldita, y comencé a vestirme. Sin embargo, cuando me miré al espejo, me vi demasiado arreglada, coloquial y clásica y a última hora decidí no ponerme la falda, ya que a pesar de que iba muy mona con ella, quería, de alguna manera, "marcar” un poco mi culito y con el fin de enfatizar mis curvas un poquito más de lo habitual, me atreví a quitarme las braguitas.
La verdad y como ahora comprobaréis, es que a pesar de mirarme bien, de arriba abajo en el espejo, creo que mis ojos se centraron en que mi culito tuviese un buen aspecto, y sin prestar mucha más atención a otros detalles de mi figura salí corriendo al trabajo, porque ya se me había hecho un poco tarde.
Cuando llegué, las compañeras me dijeron que iba muy guapa y que llevaba una ropa muy chula, cosa que además de agradecer, pude comprobar ya que entré un momento al baño para mirarme y posar frente al pequeño espejo que había encima del lavabo. Fue entonces cuando pude ver algo que me sobresaltó y para verificarlo bien, encendí la luz que el mismo espejo tenía en su parte superior y que rara vez se utilizaba. ¡Joder!, me di cuenta de que con aquellas mallas y sin las acostumbradas braguitas, no sólo se me notaba perfectamente delimitado el culito, sino que además, un poco más abajo de mi ombligo se dejaba intuir la rajita de mi coñito en todo su esplendor, aunque más que intuir, era descaradamente evidente.
¡Uff!, ¡qué vergüenza sentí en aquel momento mientras me miraba en aquel espejo del baño de la oficina!. No sabía bien que hacer, incluso pensé en ponerme un poco de papel higiénico bien doblado, con el fin de no marcar tanto mi rajita. Intentando no dar más importancia al tema, salí del baño y me senté en mi mesa. Conforme pasaba el tiempo, me di cuenta de que los compañeros de la oficina, incluso los de otros despachos que nunca solían visitarme, se ponían frente a mí, algo más que de costumbre y entre ellos, cuchicheaban con sonrisitas algo picaronas después de dirigirse a mi mesa y contarme algunas tonterías que sólo servían para entablar conversación.
Lo cierto, es que cada vez que me levantaba de la mesa, notaba como aquellas mallas se clavaban en mi coño, y no solo las mallas, sino también las miradas de todos los chicos de la oficina, que parecían perseguirme con cada paso que daba. Con aquella situación y con el suave roce de la ropa, mi clítoris estaba mucho más endurecido de lo que me podía imaginar, ¡tanto!, que de vez en cuando, notaba como de mi coñito salía un pequeño hilito de flujo que me humedecía la entrepierna y se dejaba notar cuando se enfriaba.
La verdad es que empecé a sentirme curiosamente muy excitada y de vez en cuando, mientras estaba sentada en mi mesa, en ocasiones y muy disimuladamente me acercaba un pequeño bolígrafo de diseño picarón que me habían regalado y que en la punta superior tenía una pequeña bola de billar del tamaño de un chupa-chups, que precisamente era la número 8, y con ésta me frotaba mi rajita para satisfacer un poco aquella pequeña aventura imaginaria que había iniciado en la oficina.
Aunque todo aquello me puso muy, pero que muy cachonda, comencé a estar un poco preocupada ya que, por una parte, tenía el clítoris a reventar y no sabía, incluso, si se me notaba a través de las mallas y por otro lado, mientras estaba sentada en mi mesa jugando con mi boli, me di cuenta de que Juan, el compañero que se sentaba enfrente de mí y con el que me llevaba discretamente bien, se había percatado de algo porque no dejaba de mirarme.
¡Dios, qué situación! estaba súper avergonzada, pero a la vez tenía un grado de excitación extremo, como casi nunca lo había sentido y que desde luego no iba a dejar pasar. Mis pechos estaban completamente hinchados y mis pezones, creo que no podían estirarse más dentro de mi sujetador. Notaba como los labios de mi coñito estaban completamente abiertos y mi clítoris estaba tan endurecido, que en efecto, se me notaba perfectamente a través de mis mallas, que para más colmo, estaban totalmente mojadas por mis secreciones vaginales.
Empecé a pensar en que al no llevar braguitas, lo más probable es que las mallas pudieran mojarse tanto, que incluso podría verse una pequeña manchita de flujo a través de las mismas, ya que manaba de una forma que nunca la había visto.
En cierto momento, tuve que levantarme de la mesa para ir hacia un archivador que estaba sobre una tarima algo alta, y ya que yo no llegaba bien, Juan se levantó y situándose tras de mí con una sonrisa me dijo cortesmente:
La verdad y como ahora comprobaréis, es que a pesar de mirarme bien, de arriba abajo en el espejo, creo que mis ojos se centraron en que mi culito tuviese un buen aspecto, y sin prestar mucha más atención a otros detalles de mi figura salí corriendo al trabajo, porque ya se me había hecho un poco tarde.
Cuando llegué, las compañeras me dijeron que iba muy guapa y que llevaba una ropa muy chula, cosa que además de agradecer, pude comprobar ya que entré un momento al baño para mirarme y posar frente al pequeño espejo que había encima del lavabo. Fue entonces cuando pude ver algo que me sobresaltó y para verificarlo bien, encendí la luz que el mismo espejo tenía en su parte superior y que rara vez se utilizaba. ¡Joder!, me di cuenta de que con aquellas mallas y sin las acostumbradas braguitas, no sólo se me notaba perfectamente delimitado el culito, sino que además, un poco más abajo de mi ombligo se dejaba intuir la rajita de mi coñito en todo su esplendor, aunque más que intuir, era descaradamente evidente.
¡Uff!, ¡qué vergüenza sentí en aquel momento mientras me miraba en aquel espejo del baño de la oficina!. No sabía bien que hacer, incluso pensé en ponerme un poco de papel higiénico bien doblado, con el fin de no marcar tanto mi rajita. Intentando no dar más importancia al tema, salí del baño y me senté en mi mesa. Conforme pasaba el tiempo, me di cuenta de que los compañeros de la oficina, incluso los de otros despachos que nunca solían visitarme, se ponían frente a mí, algo más que de costumbre y entre ellos, cuchicheaban con sonrisitas algo picaronas después de dirigirse a mi mesa y contarme algunas tonterías que sólo servían para entablar conversación.
Lo cierto, es que cada vez que me levantaba de la mesa, notaba como aquellas mallas se clavaban en mi coño, y no solo las mallas, sino también las miradas de todos los chicos de la oficina, que parecían perseguirme con cada paso que daba. Con aquella situación y con el suave roce de la ropa, mi clítoris estaba mucho más endurecido de lo que me podía imaginar, ¡tanto!, que de vez en cuando, notaba como de mi coñito salía un pequeño hilito de flujo que me humedecía la entrepierna y se dejaba notar cuando se enfriaba.
La verdad es que empecé a sentirme curiosamente muy excitada y de vez en cuando, mientras estaba sentada en mi mesa, en ocasiones y muy disimuladamente me acercaba un pequeño bolígrafo de diseño picarón que me habían regalado y que en la punta superior tenía una pequeña bola de billar del tamaño de un chupa-chups, que precisamente era la número 8, y con ésta me frotaba mi rajita para satisfacer un poco aquella pequeña aventura imaginaria que había iniciado en la oficina.
Aunque todo aquello me puso muy, pero que muy cachonda, comencé a estar un poco preocupada ya que, por una parte, tenía el clítoris a reventar y no sabía, incluso, si se me notaba a través de las mallas y por otro lado, mientras estaba sentada en mi mesa jugando con mi boli, me di cuenta de que Juan, el compañero que se sentaba enfrente de mí y con el que me llevaba discretamente bien, se había percatado de algo porque no dejaba de mirarme.
¡Dios, qué situación! estaba súper avergonzada, pero a la vez tenía un grado de excitación extremo, como casi nunca lo había sentido y que desde luego no iba a dejar pasar. Mis pechos estaban completamente hinchados y mis pezones, creo que no podían estirarse más dentro de mi sujetador. Notaba como los labios de mi coñito estaban completamente abiertos y mi clítoris estaba tan endurecido, que en efecto, se me notaba perfectamente a través de mis mallas, que para más colmo, estaban totalmente mojadas por mis secreciones vaginales.
Empecé a pensar en que al no llevar braguitas, lo más probable es que las mallas pudieran mojarse tanto, que incluso podría verse una pequeña manchita de flujo a través de las mismas, ya que manaba de una forma que nunca la había visto.
En cierto momento, tuve que levantarme de la mesa para ir hacia un archivador que estaba sobre una tarima algo alta, y ya que yo no llegaba bien, Juan se levantó y situándose tras de mí con una sonrisa me dijo cortesmente:
- ¡No te preocupes! María, yo te lo alcanzo.
En ese momento, cuando Juan hizo el ademán para alcanzar aquel archivador, me rozó por detrás. ¡Dios mío!, noté toda su endurecida polla en mi culo y desde luego no podía ser una casualidad.
Sólo fueron unos instantes, pero un pequeño hormigueo recorrió todo mi cuerpo haciendo que mis tetas se pusiesen todavía mucho más duras y mis pezones casi rompiesen el sujetador. ¡Joder! qué caliente me puse. Noté como los labios de mi coño, separados y remarcados por las mallas, se abrían aún más y entonces comprendí que seguro iba a manchar mis mallas con mi flujo, ya que estaba empapada y aquello no paraba de fluir.
Me volví, casi rozándole con mis tetas a la altura de mis endurecidos pezones y sonriéndole le di amablemente las gracias, a lo que éste me respondió:
- ¡Nada! es lo menos que podía hacer…
Tras esto se marchó a su mesa con aquel tremendo bulto entre sus piernas, ya que estaba completamente empalmado y creo que más que por cortesía en ayudarme, se había levantado para que yo misma pudiera comprobar que le había puesto durísimo.
Después volví a mi mesa y me di cuenta de que Juan estaba pasando unos datos escondido tras su pantalla de ordenador, así que aprovechando que no me veía, comencé de nuevo a masturbarme con aquel bolígrafo tan delicioso por encima de mi coñito. Sin embargo, en aquel momento y por la situación de calma, con la excitación que tenía, parece que me desinhibí un poco más y aproveché la tranquilidad para, muy disimuladamente, meter aquel bolígrafo por el interior de mis mallas hasta alcanzar mi endurecido clítoris. Comencé a frotarlo y a excitarme aún más de lo que estaba, incluso mi cuerpo comenzó a contornearse y a moverse livianamente con discretas convulsiones de auténtico y morboso placer, ya que en pocas palabras, me estaba masturbando en la oficina y delante de todos mis compañeros.
Con uno de mis vaivenes y lógicamente totalmente dirigida, la bolita de billar de mi bolígrafo buscó la abertura más propicia y separando más de lo que estaban los lubricados labios de mi coñito, se introdujo lentamente hacia adentro, cosa que yo aproveché para empujar y meterlo hasta el mismo fondo. ¡Dios!, ¡qué placer!, ¡que morbo!, ¡qué excitación!
De repente, vi como desde lejos se acercaba Antonio, un compañero de otro despacho hacia el mío e intuí que venía a verme. Así que discreta y rápidamente me extraje el bolígrafo del interior de mi coño y para cuando éste ya estaba delante de mí, con unos papeles en la mano, yo, algo nerviosa, sujetaba el boli con mis dedos, haciendo como que escribía. Mis manos temblaban de excitación, mis pechos estaban súper hinchados, mis pezones desorbitados, mi clítoris había salido completamente de su capuchita y mi coño estaba totalmente abierto, sumando a esto que mi corazón latía casi al doble de velocidad.
Cuando mi compañero Antonio levantó su mirada de los papeles que llevaba entre sus manos y fue a dirigirse a mí para preguntarme algo, se percató de mi grado de nerviosismo y excitación, con lo que en un instante puso su mano sobre la mía, precisamente con la que sujetaba el boli y mirándome a los ojos me preguntó:
- ¿Te encuentras Bien, María? te veo como algo desencajada.
- Sí, sí Antonio, ¡jeje! estoy bien, ¡claro que sí!. – Le dije nerviosa y contestando su mirada con una sonrisa-.
- ¡Vaya!, que bolígrafo tan chulo. – Me dijo él alcanzando el bolígrafo que instantes antes había estado dentro de mi coño.
La verdad es que yo no quería soltarlo, porque además sabía que estaba totalmente manchado de flujo, sobre todo por la parte inferior de la bolita, sin embargo, para no levantar sospecha alguna, tuve que dejar que su mano lo cogiese y se lo llevase prácticamente a la cara, frente a sus ojos, para ver aquella bolita negra, que por la parte inferior, donde se unía con el boli estaba repleta de cremoso flujo blanquecino.
- ¡Uy! está manchado de algo. - Me dijo él, mientras yo me ponía totalmente colorada por la situación -.
- ¡Sí!, jeje, es crema para las manos, acabo de ponerme y se ve que se me ha manchado. – Le dije espontáneamente para salir del paso-.
Sin dudarlo un solo instante, pasó su dedo por la bolita, recogiendo todo lo que él creía que era crema, y se lo puso encima de una de sus manos, para luego restregarlo a modo de masaje mientras me lo devolvía totalmente limpio.
¡Dios!, ¡aquel chico se había untado sus manos con mi flujo! Aquello me puso frenéticamente excitada. En aquel preciso instante, hubiese pagado por sentir su polla dentro de mí, apretándome hasta lo más profundo, además el muchacho estaba bien bueno. Sin embargo tuve que contenerme ya que no era, ni por asomo, una buena idea tener una aventura con un compañero del trabajo.
Cuando se marchó de mi mesa, sentí unas tremendas ganas de ir a masturbarme, ¡ya no podía aguantar más!, estaba al borde del orgasmo espontáneo y con seguridad mis mallas estaban totalmente manchadas por dentro y por fuera. Así que me levanté, llevándome disimuladamente el boli en la mano y me dirigí hasta el baño, el cual tenía un acceso común para hombres y mujeres, que daba al lavabo, y luego dos puertas, una para los hombres y otra para las mujeres.
Al entrar, me percaté de que la luz estaba encendida, con lo que probablemente habría alguien dentro. Fui a abrir la puerta del aseo de las mujeres y estaba cerrada.
- ¡Joder!, ¡qué mala suerte!, estaba ocupado. – Me dije para mis adentros-.
Así pues y sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia el aseo de los hombres y al girar el pomo, la puerta se abrió dejándome paso libre.
Encendí la luz y comencé a desnudarme precipitadamente, necesitaba follarme de alguna manera, aunque sólo fuese con aquel puñetero bolígrafo que estaba resultando ciertamente útil. Y aunque en ese instante, escuché como el aseo de las mujeres quedaba libre, decidí seguir en el de los hombres, ya que estaba terriblemente excitada y necesitaba frenéticamente hacer algo con mi coño.
Me quité la camisa, y la colgué de una pequeña percha que había en la pared. Después me desabroché el sujetador, momento en el que mis tetas parecieron explotar cuando fueron liberadas ya que estaban tan hinchadas que parecían necesitar dos tallas más de las que normalmente usaba. Mis pezones tenían un tamaño de más de dos centímetros, estaban tan endurecidos, que incluso podría haber colgado cualquier cosa en ellos y se hubiese mantenido.
Luego me quité los zapatos y me bajé las mallas hasta sacarlas por mis pies. Estaban empapadas, el flujo era tan cremoso y abundante, que se había ido bajando por la entrepierna llegando incluso a mancharme los muslos y ciertamente había traspasado la tela y claramente se veía que había manchado las mallas por fuera.
De todas maneras, en aquella situación no le di más importancia. Estaba totalmente desnuda. Mi coño estaba totalmente abierto y poco menos que chorreando. Mi clítoris había salido de su escondite casi un centímetro y la puntita estaba completamente fuera de su envoltorio, lo tenía duro y completamente erecto. Mis labios vaginales estaban hinchados y preparados para que alguien me follase hasta lo más profundo una y otra vez.
Estaba completamente desnuda, con el rabillo de mi culo apoyado sobre la taza del water, completamente abierta de piernas y apoyando mis pies sobre la pared que tenía enfrente, mientras mi espalda, algo curvada, descansaba sobre la cisterna, dejando la puerta de acceso, una par de metros a mi derecha.
En aquella posición tan sugerente, comencé a frotar mi clítoris con la palma de mi mano derecha, mientras que con la izquierda, restregaba y apretaba descontroladamente mis tetas, recorriendo mis endurecidos pezones por entre mis dedos y haciendo que estos tropezasen con ellos a su paso y provocándoles pequeños saltitos. La velocidad de mis movimientos aumentaba cada vez más y dada la situación, aunque deseaba chillar de placer, tenía que mantener completo silencio, tan solo dejaba escuchar el acelerado vaivén que mis manos hacían al restregarse por mi convulsionado cuerpo.
Empecé a notar como de nuevo, de mi coño comenzaba a manar flujo en abundancia. Estaba pidiendo a gritos una penetración profunda y por ello, mientras que con mi mano izquierda me apretaba las tetas, con la derecha alcancé mi bolígrafo, y comencé a meterlo y a sacarlo violentamente en el interior de mi coño, que salpicaba flujo cada vez que entraba y salía del mismo.
A pesar de que no se me oía, en mi interior estaba gimiendo de placer, gritando por mis adentros que necesitaba un macho que me follase bien follada, y me fornicase con una polla erecta, caliente e inmensa, llegando hasta lo más profundo que pudiese llegar, y que después me comiese mi clítoris haciendo con su lengua, que saliese todavía más de lo que había salido.
Mi maravilloso bolígrafo entraba y salía de mi coño una y otra vez sin parar, y con cada movimiento más violentamente y con más ímpetu, pero necesitaba todavía más, así que ni corta ni perezosa alcancé la escobilla del water, que tenía un buen mango y con un poco de saliva lo limpié como pude, unté todo el mango con mi abundante flujo, y me la llevé hacia mi culito, quería penetrarme por detrás, mientras sentía como el boli follaba mi coño.
Una vez estuvo en la entrada de mi pequeño y estrecho agujerito, mientras que con la mano derecha hacía que el bolígrafo entrase y saliese de mi coñito, con la izquierda, que era con la que sujetaba la escobilla, comencé a apretar suavemente hacia adentro.
Noté como lentamente, el mango de la lubricada escobilla iba abriéndose camino a través de mi culo el cual, poco a poco, fue dilatándose y aumentando su diámetro hasta hacer que la escobilla lo atravesase sin problema alguno.
Así pues, allí me encontraba, desnuda, con mis tetas a reventar, mis pezones extremadamente endurecidos, como astas de toro, gozando como una vulgar perra en celo, en el aseo de mi oficina, fornicándome y penetrando mi culo con una escobilla de aseo, mientras mi coño estaba, literalmente siendo violando con un suntuoso bolígrafo en cuya punta había una discreta bolita de billar del tamaño de un chupa-chups.
Y justo en ese instante, cuando estaba gozando en pleno orgasmo, la puerta exterior del aseo se abrió. Apacigué mis movimientos para hacerlos más silenciosos y poder escuchar qué ocurría afuera. Alguien había entrado y por un carraspeo, noté que se trataba de un chico, probablemente mi compañero Juan, el cual parecía que estaba lavándose las manos. Tras él, y como siguiéndole los pasos, la puerta volvió a abrirse y entró mi otro compañero Antonio, quien se había restregado instantes antes mi flujo por sus manos.
Al ver que el aseo de las mujeres estaba vacío, los dos comenzaron a hablar sin tapujos al sentirse solos en el baño.
- Tío, ¡has visto como va María! – Le dijo Juan a Antonio refiriéndose a mí, añadiendo posteriormente-. ¡Qué hija de puta!, qué buena está la jodida, qué culo más perfecto tiene… ¡ufff! Me ha puesto a reventar.
Mientras escuchaba la conversación, escondida en el aseo de los hombres, todo aquel tremendo morbo, iba poniéndome más y más cachonda, y a pesar de haber silenciado mis movimientos, seguía penetrando todos mis agujeritos placenteros de forma incesante y disfrutando al máximo.
- ¡Joder! Sí que va provocativa tío – le respondió Antonio- esas mallas que lleva puestas, le remarcan todo el coño, tío, se le notan los labios completamente abiertos, ¡jeje!, y si me apuras hasta el clítoris.
- Pues tío ¡jeje!, - añadió Juan sonriendo-, la he visto pajeándose en la mesa con ese boli que tiene una bola de billar en la punta. La tía está súper caliente y hace un rato, he ido a alcanzarle un archivador de la tarima y tío, me ha clavado todos los pezones en mi pecho. Me ha puesto a mil por hora…
A pesar de que no había sido así, literalmente, ya que se sabe que los hombres siempre exageran, toda aquella conversación me estaba incitando a abrir la puerta y a dejar que aquellos dos machos hundiesen sus pollas en mi coño y en mi culo.
- ¿Dices que se estaba pajeando con el boli de la bola de billar? –Le preguntó Antonio-.
- ¡Sí tio!, - respondió Juan excitadamente-, hasta la he filmado con mi teléfono móvil por debajo de la mesa, ya que yo estoy sentado frente a ella y ¡joder!, la tía ni corta ni perezosa, se lo ha metido por dentro de las mallas y creo que incluso en su coño.
¡Dios!, - pensé- ahora Antonio va a saber que aquella crema, no era tal crema, sino mi flujo vaginal. ¿qué hago?, me pregunté para mis adentros mientras me follaba en el interior de aquel aseo. ¿Salgo y les digo que pasen y me follen?
Aunque estuve a un punto de hacerlo, ya que realmente era lo que estaba deseando y desde luego, pidiendo a gritos, necesariamente tuve que contenerme. Y así pues, esperé a que estos saliesen del baño, para terminar mi jueguecito placentero.
Tras esto, volví a vestirme notando que todavía estaba súper caliente y muy excitada. Aquello me había satisfecho, pero lo que realmente necesitaba era una buena polla, o quizás dos.
Después de un rato salí del baño y me dirigí hasta mi mesa como si nada hubiese pasado y allí, frente a mí, estaba Juan que me sonreía y al mismo tiempo no me quitaba ojo de encima, sobre todo de mi remarcado coño, incluso ya, de una forma algo descarada. Aunque evidentemente, yo me lo había buscado por ir tan provocativa al trabajo. Pero el muy cabrón me había grabado con su teléfono mientras me masturbaba con el boli, aunque claro que él no sabía que yo estaba al corriente de eso. Así que no di más importancia al asunto, ya que en cierto modo, me gustaba la idea de que Juan se masturbase con aquella filmación, cosa que sabía que tarde o temprano haría.
Pese a que ya me había corrido varias veces en el aseo de los hombres, mis tetas todavía estaban erectas e hinchadas, y no bajaban de tamaño, además, notaba como los pezones me apretaban en el sujetador y por igual mi coño, que seguía abierto y tremendamente provocativo a través de mis humedecidas mallas. Y fue así, como se me ocurrió un pequeño jueguecito que iba a poner en jaque a mi compañero, sobre todo por haberme grabado masturbándome. Por ello y aprovechando aquella situación, me inventé una excusa y tras levantarme, contorneando mi culo como una auténtica profesional, me acerqué hasta la mesa de Juan y le planté mi coño frente él, a la altura de su cara, fingiendo que necesitaba que me facilitase unos datos.
Se puso nervioso, y a pesar de que intentaba evitar mirarlo, sus ojos pasaban discretamente sobre mi coñito una vez tras otra. Mi objetivo, como cariñosa venganza algo perversa, era ponerle mucho más caliente de lo que ya estaba, para ver hasta dónde llegaba.
Tras facilitarme los datos que le había pedido, sonriendo le di las gracias y me di la vuelta alejándome lentamente y dejando que mirase y disfrutase de mi culo sin que yo le pudiera ver, aunque de sobra, sabía que me estaba mirando.
Luego me senté en mi mesa, viendo como éste se había quedado completamente desencajado y posiblemente con su polla a punto de reventar.
Instantes después, Juan me dijo que iba a bajar al archivo que había en el sótano ya que le hacía falta un informe algo antiguo y que ya estaba archivado. Así que se levantó mostrándome un tremendo bulto en su pantalón, lógicamente producido por su erecto miembro viril.
Yo sabía que iba a hacerse una paja, ya que nadie solía bajar al sótano casi nunca. Y fue entonces cuando quise plantearle la revancha a su desfachatez por grabarme mientras me masturbaba. Así pues, cuando se marchó, fui hasta su mesa y cogí su teléfono móvil dirigiéndome después al baño. Me encerré en el baño de las mujeres y comencé a cotillear lo que tenía grabado en el apartado de videos. Y en efecto, el muy capullo me había grabado por debajo de la mesa. Se veía cómo yo estaba masturbándome con el boli e incluso metiéndomelo por entre mis preciadas mallas. Así que sin más, lo eliminé y dispuse el teléfono para grabar de nuevo.
Lo primero que hice fue grabar mis abultadas tetas y posteriormente mi remarcado coño a través de mis mallas y luego, con la otra mano, fui bajándomelas dejando al descubierto lo que tan evidente era, y esmerándome en sacar un buen plano de mi clítoris y de mis abiertos y chorreantes labios vaginales.
Tras ello, comencé a subirme la camisa y dejando mis tetas visibles, con mis pezones totalmente erectos, fui grabándome de arriba hasta abajo, para después, muy poco a poco, acercar el teléfono mientras estaba grabando hacia mi coñito y suavemente fui introduciéndolo en mi interior. Después, comencé a masturbarme con él como si de un consolador se tratase.
Me di un poco de prisa, porque sabía que Juan no iba a tardar mucho y no quería que me pillase. Así que terminé mi pequeño show erótico y me dirigí hacia su mesa, dejando su teléfono tal como estaba al principio, pero completamente empapado con mi flujo.
Luego, bajé por las escaleras hasta el polvoriento sótano. No quise utilizar el ascensor, con el fin de que éste no me oyese llegar, ya que quería pillarle infraganti para ver como reaccionaba. Cuando llegué, la luz estaba apagada, cosa que significaba que él ya se había marchado. Probablemente nos habríamos cruzado, él por el ascensor y yo por la escalera.
Cuando llegué, encendí la luz y comencé a buscar las evidencias de su masturbación, ya que estaba convencida de que lo había hecho. Fui directamente hasta la papelera y allí, entre otros papeles rotos y sobre ellos, había una hoja arrugada que parecía muy reciente.
En ese momento y pensando que lo que buscaba podría estar en esa misma hoja de papel, comencé de nuevo a excitarme, cosa que noté sobre todo por mis tetas, que de nuevo volvían a apretarme en el sujetador.
Cogí la hoja y lentamente fui desdoblándola y abriéndola para descubrir su secreto, ya que en efecto, allí estaba la reciente y enorme corrida de mi compañero Juan. ¡Ufff! Me sobrevino de nuevo un hormigueo que me recorrió todo el cuerpo, poniéndome todavía mucho más cachonda de lo que estaba, imaginando que se había masturbado pensando en mí.
Cogí mi teléfono móvil, lo puse a grabar video y lo dejé sobre un estante para que éste grabase en primer plano todo lo que estaba haciendo.
Así que ni corta ni perezosa, como estaba completamente sola en aquel inmenso sótano y había pocas probabilidades de que nadie bajase, mientras estaba de pie, me subí la camisa y dejé mis tetas brincar al aire, y luego me bajé las mallas dejando mi humedecido coño bien visible, junto con mi insaciable y descapullado clítoris.
Cogí la hoja de papel con la corrida de Juan y tras enseñarla a la cámara del móvil, deposité todo su semen en mi mano derecha, para a continuación comenzar a restregármelo por entre mis tetas, haciendo que mis enormes y durísimos pezones se tropezasen y empapasen con aquella corrida. Luego, comencé a frotar mi coño y mi clítoris, hasta el punto en el que notaba como su puntita, completamente afuera, brincaba una y otra vez entre mis dedos, repletos de esperma. Y acto seguido comencé a masturbarme salvajemente utilizando tres de mis dedos para penetrar mi coñito.
Tras correrme varias veces seguidas, con una emisión de flujo algo descomunal, con mi mano fui recogiendo todo el semen que había por mi cuerpo y me lo fui llevando hasta mi boca, tragándome hasta la última gotita y dejando mientras que mi teléfono grabase toda aquella película porno amateur.
Después, con mi cuerpo repleto de semen y excitantemente pegajosa, me puse la ropa de nuevo y tras apagar la luz, subí hasta la planta donde tenía mi mesa.
Llegué como si nada hubiese sucedido, aunque evidentemente sabía que Juan tendría que haber encontrado su móvil, extrañamente manchado con mi flujo. Cuando entré, Juan estaba completamente inmerso en un informe que tenía sobre la mesa, creo que disimulando de todo aquel embrollo. Luego, me senté en mi silla, cogí mi teléfono móvil con la mano y le dije que le iba a enviar un mensaje con un video adjunto.
Éste, con una sonrisa algo extrema y totalmente enrojecido, asintió de forma muy servil. Así que escogí su teléfono de entre mi lista de contactos, seleccioné el video que acababa de grabar en el sótano, y sin pensármelo dos veces, ni valorar las consecuencias, pulsé enviar.
Instantes después, el teléfono de mi compañero lanzó un sonoro pitido, confirmando que el mensaje que le acababa de enviar, había llegado correctamente.
- ¡Ya!, ya me ha llegado María, jeje, ¿Qué es? – Me preguntó con una sonrisita en su rostro-.
- ¡Ábrelo! y míralo a ver que te parece…
Juan, pulsó el botón para visualizar el video que yo acababa de enviarle, y comenzó a verlo.
Fin
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